domingo, 22 de julio de 2012

Estación de enlace - Sergio Gaut vel Hartman


Por un perturbador instante creyó que estaba perdido, como en el cincuenta y dos, en la terraza de Ezeiza, cuando el tío Miguel regresó de Brooklyn en un avión de Panagra. Se golpeó la cabeza con la palma de la mano. Tenía ochenta y tres, no cinco. Ezeiza ya no existe, se dijo. Esto es una estación de enlace; nuestra familia en pleno emigra a la colonia Burroughs, en Marte.
Contempló la anodina efervescencia, similar a la de todas las estaciones de enlace del planeta y se sobresaltó cuando Bodylan se puso a llorar.
—¿Qué le pasa al niño? —dijo el abuelo.
Samila hizo una mueca de disgusto y se limitó a señalar el holo de noticias que flotaba sobre sus cabezas. “El Vaticano condena enérgicamente la clonación humana”.
—Otra vez —dijo García, el padre Uno del niño—. No paran de hacerlo.
—Pobre criatura —dijo, Igor, el padre Dos.
—Se precipitaron —dijo el abuelo—. ¿Qué necesidad había de decirle? Solo tiene tres años. ¿No podían esperar?
Nadie hacía caso a las ideas prehistóricas del abuelo. Pero Samila no pudo evitar la queja habitual. —Maldita sea la hora en que se inventó el Gerozac —murmuró.
—¡Si fuera solo el Gerozac! —dijo Lila-lo, diecisiete recién cumplidos. Usaba una corona Telepac que además de permitirle captar los pensamientos ajenos emitía un flujo aleatorio de partículas que se derramaban por su cuerpo y la hacían parecer vestida—. ¡Miren eso!
Eso era un Modificado, listo para viajar a Titán y respirar su atmósfera de metano. 
—Es feo —dijo el abuelo. Era feo, sin lugar a dudas; parecía una cruza de mandril y cortadora de césped. Pero eso era lo que se necesitaba en el satélite de Saturno y así lo habían fabricado.
Mientras el abuelo se preguntaba si era lícito llamar tipo a eso, Bodylan se puso a llorar de nuevo. 
—¿Ahora qué le pasa? —dijo el abuelo.
—Tiene miedo —dijo Igor— de que lo modifiquen para vivir en Titán.
Al abuelo le caía mal el padre Dos, pero no podía decir nada porque la Ley Universal de Matrimonios Temporales autorizaba a las personas formar tantas parejas legales como su apetito sexual les reclamara, y su hija Samila era una máquina insaciable.
De pronto, con urgencia fatal, sonaron las alarmas. Había un tono para cada amenaza y esa, sin lugar a dudas, era la que correspondía a un ataque químico.
—Sikhs —dijo el abuelo.
—Zapotecas —dijo Samila.
—Hutu —dijo Igor.
—Vascos —dijo García.
Nunca se sabía qué grupo terrorista estaba perpetrando el ataque. Pero de todos modos se pusieron las máscaras, activaron las exodermas y se calzaron los cascos antizyklónicos. Algunas cosas nunca pasan de moda...
—Una noticia buena y una mala —dijo Lila-lo que se había dejado la corona Telepac debajo del casco—. La buena es que BBC, Goosoft, y Al-Jazeera dicen que fue un ataque menor; solo tres muertos y una docena de intoxicados. La mala —agregó la muchacha antes de que nadie se lo preguntara— es que se trata de un grupo nuevo, los blang azules, que se quieren separar de China para unirse a Myalandia.
—Espero que en Marte no haya terrorismo —dijo Samila.
—Las agencias exageran —dijo García.
Bodylan reanudó su sesión de llanto desconsolado.
—¿Y ahora qué? —dijo el abuelo.
—Se le atascó el casco —dijo Samila—. No había de su medida.
La estación de enlace reanudó las rutinas habituales. Los empleados de Transolar y Ultra Órbita trataban de recuperar el tiempo perdido, aunque las discusiones con los pasajeros estaban a la orden del día. El abuelo se distrajo mirando a una Modificada que seguramente iría a vivir a la Franja, en Mercurio. La chica o chico o lo que fuera usaba una corona como la de Lila-lo, pero no la había activado.
—¿Será posible?
Samila estuvo a punto de hacer otro comentario relacionado con el Gerozac, pero se contuvo. En Marte todo sería peor.
—No te quejes, ma —dijo Lila-lo que había pasado la sintonía de su Telepac a la Red de Iglesias—: el gran Pastor Adámico Universal acaba de anunciar que unos científicos en Kazán resucitaron a un muerto. Está que trina. Dice que eso no se hace. Que eso es peor que el Gerozac y que Dios está muy enojado.
Por fin les llegó el turno. La empleada de Martian Air estaba con un humor de perros porque no había llegado el relevo y los trató como basura. Para empezar hizo llorar de nuevo a Bodylan cuando rechazó el pasaporte del niño.
—En Marte están prohibidos los clonados.
García sacó un flamante disco de mil créditos respaldado por el Banco de Shanghai y la empleada se convirtió en una vehemente defensora de la ingeniería genética.
Pero casi de inmediato el carácter se le volvió a agriar.
—El anciano —dijo señalando al abuelo y haciendo una mueca de asco— debe demostrar que posee conocimientos que serán útiles en la colonia. Marte es para los jóvenes.
—¿No les dije que el Gerozac nos daría un disgusto? —dijo Samila.
García miró consternado a su esposa temporal. —Pero no quisiste pagarle a ese señor tan gentil de camisa negra y corbata caribeña que se ofreció a... solucionar el problema.
Lila-lo captó los pensamientos pecaminosos de Igor en la banda lateral del Telepac. No sería mala idea, reflexionaba su padrastro Dos, que hubiera una boca menos que alimentar, allá en Burroughs. O dos bocas, y se veía arrojando a Bodylan al espacio por el eyector de materia superflua.
—Soy una persona apta —dijo el abuelo— y mucho más lúcida, a mis ochenta y tres, que la mayoría de estos inútiles. Si me lo propusiera podría llegar a ser presidente de Marte.
—¡Maldito Gerozac! —exclamó Samila—. La civilización se hunde por el peso de los viejos. —Tomó la caja de doce pastillas, que mantenía vivo a alguien como el abuelo durante un año y era más cara que un tanque israelí en el mercado negro, y la arrojó al paso de una carreta de equipajes. El abuelo dio un chillido y se sintió succionado por una tromba gigante que lo arrojó a la terraza del aeropuerto de Ezeiza, una fría tarde de 1952, el día en que el tío Miguel regresaba de Brooklyn en un avión de Panagra.
Se sintió perdido y se puso a llorar.

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